HACIA UN NUEVO MUNDO
Actualizado: 26 ene 2022
La Natividad del Señor
Primera lectura: Isaías 52, 7-10 Salmo responsorial: Salmo 97 Segunda lectura: Hebreos 1, 1-6
EVANGELIO Juan 1, 1-18
HACIA UN NUEVO MUNDO
25 de diciembre de 2021

Fachada de la Basilica de la Natividad en Belén
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El Nuevo Mundo, descubierto por Colón, se ha vuelto viejo. Tanto o más viejo que Europa, el Viejo Mundo; se puede decir que envejeció a marchas forzadas. Hace 32 años cayó el muro de Berlín. Fue el año 2009. Y creíamos que, con la caída del muro y el derrumbe de la URSS, iba a terminar la carrera de armamentos, y que, al desaparecer la competencia entre dos sistemas económicos y políticos opuestos –el capitalismo y el socialismo a la usanza soviética-, surgiría un mundo nuevo. Soñamos, entonces, con un mundo gobernado por las Naciones Unidas desde el que las grandes potencias colaborarían entre sí para evitar los conflictos armados y abordar los grandes problemas de la humanidad.
Pero no fue así. Triunfó América con su sistema democrático, pero capitalista y neoliberal; perdió y se desintegró la URSS, con su socialismo autoritario. Y, tras esto, el nuevo orden internacional se volvió más complejo que el anterior.
Surgieron conflictos terribles como los de Bosnia y Ruanda. Con el neoliberalismo imperante se fomentó el individualismo, el materialismo –poderoso caballero es don Dinero- y el hedonismo a tope. Los EEUU, con el presidente Busch a la cabeza, aspiraron a un proyecto imperial que acabó por estrellarse en todas partes (Afganistán, Irak, Palestina). Después vinieron las primaveras árabes –apagadas una a una- que reclamaban derechos democráticos en Túnez, Libia, Egipto o Yemen. Luego, el Daesh, o Estado islámico y la guerra de Siria que ha dejado 6,6 millones de personas desplazadas dentro de Siria y 5,6 millones que han tenido que abandonar el país, viviendo como refugiados en países vecinos como Turquía, Líbano o Jordania, que no cuentan con las condiciones adecuadas para acogerlos.
Y, mientras tanto, estaban emergiendo con fuerza China y los países del Este asiático, que, con Estados Unidos y Europa, se juegan ahora el liderazgo mundial, flanqueados por los países del G-20 (Rusia, India, Brasil o Sudáfrica junto a potencias tradicionales como Francia, Reino Unido, Alemania o Japón).
Así, de un mundo bipolar (Estados Unidos y la URSS), hemos pasado en pocos años a un mundo multipolar que debiera ofrecer luz a la humanidad y no tinieblas.
En este nuevo y más complejo mundo, la verdadera libertad, la plataforma que hace posible el desarrollo plenamente humano, está siendo amenazada por la fuerza del capital. Como resultado, gran parte de los habitantes del planeta –los países pobres o en vías de desarrollo- se ven hoy casi fuera de juego, “descartados”, como dice el Papa Francisco- con unas poblaciones de desempleados y hambrientos sin número y con cada vez menos perspectivas de futuro. Podemos decir que el proyecto de un mundo nuevo, igualitario y, por ello, más humano con el que soñábamos ha fracasado, pues incluso, de dos años acá, la desigualdad entre los seres humanos ha crecido lamentablemente con esta interminable pandemia que sufrimos.
Sin embargo, a pesar de tanta oscuridad y tiniebla, os invito a soñar, pues la humanidad está falta de sueños. Pienso que algo está cambiando radicalmente en nuestra sociedad y me atrevo a afirmar que, con la tremenda crisis de valores que vivimos, está naciendo otro mundo. Porque cada día hay más mujeres y hombres, ancianos, jóvenes y niños -muy pocos todavía, sin embargo- que no quieren vivir envueltos en esta tiniebla de sociedad. Estos no tienen conciencia de ser ciudadanos de un país, sino del Universo; son como profetas de un nuevo mundo: movimientos, en muchos casos insignificantes y débiles, como niño que nace, que proclaman a los cuatro vientos con su vida y su entrega al otro, especialmente al que ha sido dejado a la vera del camino, la venida utópica, pero posible, de otra sociedad: movimientos feministas, pacifistas, ecologistas, antimilitaristas, organizaciones en pro de la paz y de los derechos humanos, ONGS de todo tipo y, a menor escala, asociaciones de barrio y grupos humanos, cristianos o no, que se debaten por sobrevivir, medio aplastados por los poderosos “sin rostro” que lo invaden todo: las multinacionales, los mercados... o el capital, que tanto monta, monta tanto...
No, no, no todo es tiniebla en este mundo, pues tampoco conviene olvidar, que gracias a Internet, está creciendo aceleradamente algo realmente novedoso: una opinión pública internacional capaz de organizarse y de presionar a los dirigentes políticos y en la que están arraigando profundamente los valores de la democracia, los derechos humanos y la protección medioambiental. Esa opinión pública somos todos nosotros, los ciudadanos.
Los que pertenecen ya a este “nuevo mundo” que vendrá, sin lugar a dudas, sólo tienen por fuerza la potencia de su voz, la veracidad de sus denuncias, la firmeza de sus buenos propósitos, la utopía de sus proyectos, la buena voluntad y la capacidad de soñar de sus componentes.
Son como un rayo de luz que rasga la tiniebla de este mundo, como dice el evangelista Juan, y se lee en las Iglesias el domingo de la Natividad: "Al principio existía la Palabra... Ella contenía vida y la vida era la luz del hombre: esa luz brilla en la tiniebla y la tiniebla no la ha apagado”... Yo me atrevería a decir que la palabra y el pensamiento de tanta gente como esta brilla en la tiniebla de un mundo, que no puede apagarla.
Desde siempre -dice Juan en su evangelio- hubo en el seno de este mundo una lucha entre la luz y las tinieblas, entre lo nuevo y lo viejo, entre la vida y la muerte. Dos mundos: el que anuncia la vida y la luz para el ser humano, y el que siembra semillas de muerte. Tinieblas y mundo, como sistema de opresión, se corresponden. Quien brinda por la luz rompe la oscuridad de las tinieblas, este orden inhumano e injusto, por insolidario, donde imperan otros señores distintos del amor, lo único que da la felicidad al ser humano.
Jesús de Nazaret, con su estilo de vida, pobre, compasivo, austero y solidario, se proclamó “luz del mundo” y con sus palabras y sus obras apuntó a ese mundo nuevo, que él llamaba “el reino o reinado de Dios”. Todo su programa de vida lo resumió el autor del libro de los Hechos así: “Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, pasó haciendo el bien y curando a todos los sojuzgados por el diablo, porque Dios estaba con él”, algo semejante a lo que hace tanta gente que, conociendo o no al Maestro nazareno, está alumbrando con su lucha tenaz un futuro esperanzador.
Que no decaiga la esperanza y que no falten las fuerzas, pues ese mundo nuevo está naciendo a pesar de quienes se empeñan en apagar la luz con su tiniebla.
(He tomado algunas ideas-base de este comentario de Lluis Sols (Cuadernos de Cristinismo y Justicia).